banner 1

banner a1

logo

banner l

09ibero01A través de un recorrido por la historia política y social de El Salvador, Francisco Samour, experto que vive el fenómeno en su día a día, explica el lado efervescente y opresivo del país.

Con una política que niega el diálogo y la gobernabilidad democrática, Nayib Bukele, actual presidente de la República de El Salvador, ha despertado la preocupación de la comunidad internacional. Según el teólogo, politólogo y defensor de los derechos humanos, Francisco Samour, las políticas del mandatario amenazan la seguridad y el bienestar de las y los salvadoreños.

“Mucha gente inocente está muriendo ahorita en las cárceles de El Salvador. Han sido liberados algunos, pero sigue la dinámica de represión”, comentó el experto en la conferencia De Romero a Nayib Bukele: los Derechos Humanos en El Salvador, organizada por la Maestría en Derechos Humanos de la IBERO Puebla.

En un recuento histórico, Francisco Samour remarcó que la efervescencia política y social del país centroamericano viene de un legado previo al mandato de Bukele. “Hay una élite que se resiste mucho al cambio, que tiene miedo a que el cambio pueda significar restarles poder y control económico y político”.

Las élites salvadoreñas comienzan con las familias cafetaleras, que llegan en consecuencia de la prohibición de tierras comunales y ejidales de 1882. Ahí surgieron los primeros jefes de Estado de manera impuesta, quienes no permitieron que hubiera votaciones democráticas hasta 1931 con la elección de Arturo Araujo, quien fue revocado por un golpe de estado orquestado por el general Maximiliano Hernández Martínez. “Un dictador”, como lo describió Samour.

La historia salvadoreña se empapó en sangre en las décadas siguientes. Las dictaduras militares se mantuvieron por 50 años; nombres como los del coronel Arturo Armando Molina o el general Carlos Humberto Romero dejaron una cicatriz en la sociedad local, que se vio marcada por genocidios y represión.

Diversos personajes religiosos comenzaron a ser perseguidos y asesinados por pronunciarse en contra de las dictaduras militares. Rutilio Grande, sacerdote jesuita, y Cosme Spessotto, sacerdote franciscano italiano, fueron algunas de las víctimas representativas de este asedio, que después estallaría en la Guerra Civil (1979-1992) tras el homicidio de Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, mejor conocido como Monseñor Romero.

“Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios, una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más cultosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre del Dios, cese la represión”, dijo Monseñor a las fuerzas militares un día antes de ser asesinado por las mismas a causa de esta petición.

La Guerra Civil dejó un saldo de 75,000 muertos, alrededor de 15,000 desaparecidos y un millón de desplazados: prácticamente el 25% de la población salvadoreña tuvo que abandonar sus hogares. Con el tejido social dañado, una herida histórica que supuraba y un gobierno dictatorial, el escenario de la posguerra trajo un recurso poco imaginado que reconfiguró al país: las maras o pandillas.

El concepto de estas agrupaciones cambia de forma radical entre México y El Salvador. Mientras que para nuestro país las pandillas son sinónimo de grupos delincuenciales, Francisco Samour explicó que las maras surgieron como un recurso de reconstrucción y defensa de la comunidad después del daño ejercido por fuerzas militares.

“Vienen a recuperar de alguna manera la dignidad y el tejido social de estas comunidades. Las protegen de gente externa a la comunidad, controlan el comercio y toda la dinámica social de los territorios que ellos llegan a controlar”. Sin embargo, este control fue ejercido desde la violencia; la misma con la que había crecido el país históricamente.

“No son gánsteres ni mafiosos, es muy delicado hacer esa comparación”. Más bien, matizó el experto, son un tipo de tribu urbana. Por ello, resulta preocupante para las y los defensores de derechos humanos, y un sector de la sociedad salvadoreña, las políticas represoras que el actual jefe de Estado ha tomado contra las maras.

Bukele llegó al poder como un hombre con historial de activismo en pro de la izquierda política. En tiempos recientes, se ha pronunciado a favor de las élites salvadoreñas, ha modificado leyes de forma inconstitucional y ha ejercido medidas deshumanizantes y violentas en contra de la ciudadanía bajo una propuesta ilusoria de seguridad.

Una de las acciones más conocidas es la construcción de megacárceles, las cuales, para el experto, tienen medidas equivalentes a las de los campos de concentración. “Bukele lo que quiere lograr es una gobernabilidad a través de la represión y la violencia. Él no quiere gobernabilidad democrática: quiere gobernabilidad dictatorial”, aseveró Francisco Samour.

Para el defensor de derechos humanos, el avance de Bukele y su posible reelección —acto ilegal dentro de las leyes salvadoreñas— puede ser el caldo de cultivo para una nueva sublevación como la que se vio hace más de 30 años. Por ello, la atención y denuncia de estos hechos en el exterior se hacen urgentes para el pueblo salvadoreño.