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- Puebla, Pue. México.

08uia01Elisa de la Joya Laja tuvo dificultades para adaptarse a la vida universitaria cuando ingresó a la Licenciatura en Diseño Textil en la IBERO Puebla. La lengua fue su principal barrera: hablante de otomí, tuvo que reforzar rápidamente sus competencias en español. Años después, ya como egresada, valora haber afrontado el choque cultural desde el orgullo por sus raíces. “Somos estudiantes indígenas y queremos esto [estudiar una carrera] para más [gente] como nosotros”.

En México y en toda América Latina ser un universitario indígena es una proeza revolucionaria. Se trata de un derecho conquistado por generaciones previas y al cual solo unos pocos tienen acceso pleno. En el caso de Colombia, la creación de la Asamblea Nacional Constituyente en 1991 contribuyó a que las poblaciones indígenas fueran vistas como sujetos de derechos.

El organismo permitió constituir al país sudamericano como un Estado pluriétnico y multicultural a través de tres ejes elementales: el reconocimiento de territorios autónomos, el respeto a la diferencia cultural y la participación en la toma de decisiones. El cambio a nivel estructural fue solo la punta de lanza para reconfigurar el sistema de creencias de un territorio con 50 millones de habitantes.

Emilker Gabriel Cuatín Cuesta relató el andar colombiano durante un conversatorio para la IBERO Puebla. A su decir, el concepto de interculturalidad, adoptado como paraguas por instituciones públicas y privadas, requiere de un enfoque crítico que parta de las necesidades de las comunidades históricamente marginadas. Las universidades son espacios idóneos para gestar esta perspectiva.

Al igual que Elisa y el propio Gabriel, los jóvenes indígenas que tienen acceso a la educación superior coinciden en adversidades que derivaban en la deserción: desde el choque cultural hasta la situación económica, así como las cátedras situadas en contextos no indígenas.

“Hay una necesidad de formar jóvenes indígenas investigadores para llevar el territorio a las universidades”: Gabriel Cuantín.

Cuatín Cuesta, que estudia el posgrado en sociología, aseguró que él y sus colegas buscan “cómo articular el saber adquirido en la universidad con el saber ancestral”. Es a través de la Red de Cabildos Indígenas Universitarios y las ‘mingas’ (espacios comunitarios de diálogo) que los estudiantes provenientes de comunidades se han organizado para impulsar cátedras especializadas e iniciativas de políticas públicas.

Desde su perspectiva, la interculturalidad en los programas académicos debe nacer del encuentro directo con los pueblos. A los estudiantes les corresponde actuar de intermediarios: “Es muy importante que como estudiantes indígenas empecemos a detectar esas necesidades, estar en contacto con las organizaciones de base y ver cómo nos articulamos”.

Como alumno de la Universidad del Valle en Cali, Gabriel Cuatín contribuyó a llevar a las aulas y espacios comunes no solo asuntos de interés comunitario, sino también rituales de convivencia propios de su comunidad. Entre algunos logros destacados, el joven recuerda el reconocimiento del español como segundo idioma y la defensa de los trabajos de tesis situados en contextos rurales.

En países como Bolivia, Chile, Ecuador y Colombia las insurgencias indígenas han sido protagonistas en la lucha por una vida digna para todas las personas. Para ello, apuntó Cuantín Cuesta, es necesario contar con una educación formal que sume a la transformación política sin perder de vista los orígenes: “Nuestros mayores nos dicen cuando salimos a las universidades: ‘no permitan que les blanqueen la mente’”.

La misión de los estudiantes indígenas, opinó el originario de Muellamues, es construir espacios de encuentro en los que podamos discutir formas de incidir en la vida universitaria y comunitaria. “Desde nuestro campo de formación, cada estudiante indígena tendrá la capacidad de reflexionar”. “Si estamos organizados podremos ser más críticos de la educación que estamos recibiendo”.

La IBERO Puebla cuenta con el Programa Intercultural de Vida Universitaria Pedro Arrupe, SJ, una oferta de educación integral dirigida a jóvenes de comunidades rurales, indígenas y campesinas. Decenas de jóvenes como Elisa de la Joya han aplicado con la finalidad descrita por Gabriel Cuantín: llevar el territorio a las universidades y de regreso. “Es una oportunidad de oro”, reflexionó Lucina Quintero, estudiante de Derecho, en el epílogo del conversatorio.